BlaBlaTrain, o cómo revelar información confidencial de la empresa

En un reciente artículo titulado BlaBlaCar, el sainete, la periodista y escritora Elvira Lindo lo deja claro: si un tío habla a voces en el vagón es que no le importa difundir sus secretos. O, a veces, añado yo, no mide las consecuencias. Armado con una conexión a Internet y una cuenta en LinkedIn soy capaz de radiografiar a algunos de mis compañeros de vagón cuando viajo en tren. Compañeros que se obstinan en revelar información confidencial de sus empresas y clientes.

Revelar información confidencial

Situación real vivida en un tren de alta velocidad entre Zaragoza y Madrid, una mañana temprano. Una hombre habla por el móvil, visiblemente enfadado. Gesticula, va, vuelve, una vez tras otra, por el pasillo del vagón. Todos le vemos. Y oímos.

  • Primero una llamada con un cliente, el cuál está enfadado porque tiene un problema crítico. Deduzco, de lo que dice el fulano en cuestión, que no ha habido respuesta alguna por parte del servicio de mantenimiento.
  • Tras las lógicas palabras de comprensión y tranquilidad, asegurando que se corregirá de inmediato, llama a su equipo para saber qué está sucediendo.
  • En la llamada, sale el  nombre de la empresa cliente (y hasta el nombre de pila del propio cliente).
  • El equipo está al tanto del problema pero no lo pueden resolver. Al parecer, la persona que podría hacerlo está fuera, por lo que habrá que esperar algunos días
  • El tono de la conversación va in crescendo, y la cara de enfado también
  • Llamadas de ida y vuelta, y bla bla bla.
  • Al colgar, más gestos y palabras de enfado, acordándose de la madre de unos y otros.

BlaBlaTrain

Lo anterior es solo un ejemplo (real) de algo que vivo prácticamente todas las semanas. Hasta el punto que me lo estoy tomando ya como un pasatiempo. No necesito ni que salga el nombre de la empresa. Solo con el nombre o el apellido del fulano en cuestión, y un poco de sentido común, saco petróleo. Un ejercicio de inteligencia competitiva.

Cuesta más bien poco deducir a qué se dedica su empresa. La ubicación también es sencilla: Madrid, Barcelona o Zaragoza (o alrededores de cualquiera de ellas). El nombre de la empresa cliente sale en la conversación. Y, voilà, ahí tengo delante de mi pantalla, en LinkedIn, al fulano de turno. Sé en qué empresa trabaja y que tiene al cliente X más cabreado que un mona. Todo esto en cuestión de un par de minutos, gracias a una conexión a Internet y una cuenta en LinkedIn y, por supuesto, la generosidad de mi compañero de vagón.

Por supuesto es un pasatiempo personal (para ver lo hábil que soy localizando al pollo). Pero, ¿y si yo fuera de la competencia? ¿Y si contactara a su cliente para ofrecerle mis servicios? Un cliente cabreado está lo suficientemente blandito como para plantearse un cambio.

Y, por cierto, ya sé que LinkedIn le avisará de que he visto su perfil. Me gusta pensar que es mi marca del zorro particular. Te pillé. Ten cuidado con lo que dices en público. Otro lo podría usar en su propio interés. O en tu contra.

Los peligros (industriales) del postureo

Cuando empezaron a popularizarse, los ebooks tuvieron que vencer una inesperada barrera de adopción: la gente no podía presumir de lo que estaba leyendo. Esto, por supuesto, era especialmente sangrante para muchos empresarios y profesionales . Ya no podían alardear públicamente (y sin que nadie les preguntara) en el avión de estar leyendo el libro de moda sobre marketing, liderazgo, autoayuda o lo que fuese.  El postureo, que decimos ahora.

Nos gusta sentirnos importantes y que todo el mundo lo sepa. Y para ello el teléfono móvil es un estupendo aliado. Algunos (¡no pocos!) disfrutan manteniendo acaloradas discusiones con subordinados, clientes y proveedores. El mensaje al resto de viajeros es claro: mira lo guay que soy; si no fuera por mí todo esto se iba a pique. Eso sí, jamás, en mis 3 años viajando prácticamente todas las semanas, he oído a nadie discutiendo o agachando las orejas con su jefe. ¿Casualidad?

Por supuesto todo esto es opinable. El vagón de tren se ha convertido en una extensión de la oficina, hasta el punto de que algunos se comportan en él exactamente a como lo harían en sus puestos de trabajo. Tratan de presumir de ser firmes con sus subordinados y proveedores. Implacables negociadores con sus clientes. La tabla de salvación de sus empresas. Algunos, a tenor de sus conversaciones , parecen ministros o presidentes del gobierno.

Pero hay una cosa que está fuera de toda discusión: con ese comportamiento están filtrando, públicamente y a los cuatro vientos, información confidencial de sus empresas, y de las de sus clientes.

La seguridad de la información en juego

Pero una cosa es el postureo, y otra ventilar indiscriminadamente información confidencial de la empresa. Mucho hablamos ahora de la privacidad de la información relacionada con la ciberseguridad: como si el único vector de ataque fueran los sistemas de la información.

Pero, paradójicamente, no hacen falta sofisticados ataques de hackers a los servidores de una empresa. Muchas veces el espionaje industrial te viene de gratis, y sin buscarlo, gracias a la inconsciencia humana. Incluso algunos la torpeza y falta de educación de hacerlo en el vagón en silencio (palabrita del niño Jesús que me ha pasado).

Y, recuerda, si te sientes muy feliz y lo quieres compartir … ¡haz click aquí!

 

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5 comentarios

  1. ???me ha encantado hace tiempo que creí que era única en darme cuenta del panorama que describes me sacaba de quicio y ahora tengo entretenimiento gratis gracias

    1. No, no SOMOS los únicos 🙂 Yo he pasado de tratar de averiguar la película que ponen (desde mi nula cultura cinematográfica) a dejar mi «marca del zorro» en LinkedIn 🙂

      ¡Muchas gracias por comentar!
      8)

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