En los comentarios del post que recientemente dediqué a la falta de empatía de Angela Merkel, surgió una pequeña discusión sobre si es posible y aconsejable tener demasiada empatía. Está claro que la empatía no es cuantificable (aunque me permití bromear con el Merkel como cero absoluto de empatía), pero el concepto de mucho y poco lo tenemos todos. Los de mi generación se lo tenemos que agradecer a Coco (o Archibaldo, si me lees desde Latinoamérica). Y, por cierto, el concepto de empatía también pudimos aprenderlo de Barrio Sésamo. Por falta de mensajes e historias no será.
Como creo haber dicho ya en algún post, la cuestión de si se debe tener empatía o no, y cuánta, cuando se tienen responsabilidades de gestión (me da igual que sean proyectos, departamentos que empresas enteras), resulta polémica cada vez que la expongo en cursos de gestión y charlas.
Poca (o nula) empatía
No recuerdo textualmente, palabra por palabra, la frase que me dijeron una vez, pero era algo así como hazlo y no me cuentes las razones; porque si me las cuentas tendré que entenderte y comprender que no se haga. El argumento es impepinable. Básicamente no quiero saber las razones, quiero que se haga. Las razones son cosa tuya, me interesan los hechos. ¿Empatía bajo cero?
Sí y no. Si cada vez que alguien tiene que hacer o dejar de hacer algo tiene que ir con explicaciones, muchas cosas simplemente no se harían. El nivel de responsabilidad de cada cual debe marcar qué debe ser explicado y qué no (es decir, cae bajo la autonomía de la persona). Sumemos la habilidad humana de poner excusas y de echar la culpa a los demás («Errar es humano, y echarle la culpa al otro lo es aún más», dicen Les Luthiers), y el no querer explicaciones sino hechos puede ser una política de facto en muchas empresas y dirigentes.
Demasiada empatía
Sé que muchos de vosotros pertenecéis a la profesión médica, enfermería y servicios sociales, por lo que agradecería que alguien matizara esta opinión (o la rectificara) si no es del todo correcta. Sospecho que los profesionales que corren un mayor riesgo de «demasiada empatía» son precisamente aquellos que están demasiado expuestos a los problemas de los demás: médicos, enfermeros/as, trabajadores sociales, … Y no solamente por «llevarse los problemas de los demás a casa», en el sentido de no saber desconectar de los mismos. Me pregunto también en qué medida una demasiada empatía con las personas a las que se atiende puede llevar a decisiones tomadas más con el corazón que con la cabeza.
Repito, me pregunto (¡gracias de antemano por vuestras opiniones en los comentarios!) Y no hablo, por supuesto, de tener que saltarse a veces los procedimientos, que como he dicho en otras entradas, en ocasiones es necesario. Me refiero a balancear en demasía el peso del corazón frente a la cabeza.
¿Qué opinas?
Como he dicho, es un tema espinoso y no exento de debate y puntos de vista. Dudo mucho de que exista una respuesta académica, y cualquier argumento que se quiera dar a favor de una postura o la otra no estará exento de subjetividades e incluso contradicciones. Pero aún así me parece un debate muy interesante.
Personalmente creo que, en lo que a la empatía se refiere, no siempre se puede ser la Madre Teresa de Calculta. Ni Merkel.
Recordar que, seleccionando cualquier frase de este artículo o sus comentarios, la puedes compartir fácilmente en las redes sociales.
Y ahora es tu turno 😉
Nunca hay suficiente empatía. Lo que pasa es que no sabemos qué hacer con ella.
En un sistema altamente competitivo, la empatía es un estorbo. Pero si el sistema fuera colaborativo, sería otra cosa… pero esa es ya otra historia…
¡Gracias #Jerby!
Tu primera frase lo dice todo. Me he permitido compartirla en las redes.
¡Gracias por aportar!
8)
Dejando a un lado, como tú dices, ciertas profesiones, y centrándonos en el mundo puro y duro del business, que es en el que tú te mueves (y yo), creo que un exceso de empatía puede conducir a abusos y a pasar la pelota al tejado ajeno, que eso también es muy humano y cada vez más frecuente.
La empatía, en ocasiones, se suele confundir con el buenrollismo mal entendido o el “laissez faire, laissez passer” y el todo vale, y se deja a un lado la responsabilidad individual y el esfuerzo de cada uno.
Suele ocurrir, que si pides resultados y no quieres escuchar “peros” o no entiendes el porqué de que no se haga determinado trabajo o se cumplan ciertos plazos, es porque no eres “empático” (o directamente es que eres un borde), se suele dejar fuera de la ecuación el escaqueo, la falta de profesionalidad, la mala planificación, el error… Hay ciertas cosas que no reconocemos nunca y es más fácil achacar el fracaso a los demás.
¡Pedazo de micropost que te acabas de marcar! 🙂
Tienes toda la razón. A pesar de que soy un convencido de la necesidad de empatizar más en todas las áreas de la vida, se abusa demasiado de la palabra y se la confunde con otras cosas (como, como dices, el «buenrollismo»).
Ahora que está tan de moda el aprender, para desaprender, para … creo que con la empatía ocurre un poco lo mismo. Hay que empatizar para averiguar las causas (eso siempre ayuda a decidir), pero al mismo tiempo hay que desempatizar para tomar las decisiones justas (quitarse la capa de subjetividad) y, por supuesto, saber quién y cuándo está abusando de tu forma de hacer las cosas.
Si dirigir fuera tan fácil como ir siempre de buen rollo, no sería dirigir. Sería pasar un rato con los amigoss.
¡Gracias por aportar!
8)
Bueno Ángel, en tema social tampoco hay tanta empatía.
Por ejemplo, en las entidades no lucrativas, se está hablando mucho de la profesionalización del Tercer Sector. Algo que viene a decir que no tienen más corazón que una empresa, sinceramente. Al fin y al cabo una cosa y otra tampoco difieren tanto.
Y en Servicios Sociales depende del profesional. Hay quien ve al trabajador social como una persona a la que nada le afecta. En general, suelen tratar de que no les afecte en exceso lo de los demás, al menos la gente que lleva tiempo en el trabajo.
Un tema interesante 🙂
Hola Carolina,
Por un lado lo puedo entender, pero por otro no. Para mí son trabajos con una componente personal muy por encima de las otras. Por un lado no hay que martirizarse llevando con uno mismo todas las preocupaciones encima, pero por otro tampoco se puede deshumanizar.
¡Gracias por aportar!
8)
Buenas tardes
Pienso que es más difícil entender el propio concepto de empatía que cuantificarlo.
Lo de ponerse en el lugar del otro es lo que creo que está sobrevalorado pues mucha gente dice ponerse pero sin moverse de su sitio.
Hablan los sudamericanos en este aspecto de ponerse los zapatos o el sombrero del otro y esto si es posible que lo entendamos mejor pues pocas veces lo haríamos, posiblemente ocurre lo mismo con la empatía que no la usamos tanto como presumimos incluyendo en las profesiones sanitarias en las que me encuentro.
Saludos
Hola Juan Antonio,
Efectivamente, es más difícil entender qué es la empatía que cuantificarla (si la entiendes, sabes que no se puede cuantificar). Se abusa demasiado de la esta palabra y se está estirando como un chicle desvirtuando su significado (a veces en un sentido, otras en otro).
Lo de ponerse en los zapatos del otro es un buen ejemplo, y muy ilustrativo.
¡Gracias por aportar!
8)